El origen de la piedra de moler es casi tan antiguo como la aparición
del hombre, cuándo estos debían moler ciertos alimentos como granos, semillas o
frutos de cáscara dura.
Quizás la utilidad que los antepasados dieron a las
piedras de moler puede situarse en el momento en que empezaron a controlar el
fuego como requisito para poder cocinar.
Los Australopitecus comían carne cruda pero la golpeaban para
aplanarla y hacerla más fácil de masticar. ¿Qué ocurre cuando intentamos
aplastar la carne con la ayuda de piedras? Que se producen chispas, al chocar
una con otra. Al repetir este proceso puede producir fuego que intentan
controlar y por tanto utilizar, entre otras cosas, para cocinar los alimentos.
En la cocina oriental
se llaman surikogi o suribachi. En África se utilizan morteros de gran tamaño
para moler cereales y en América Latina, en muchos lugares del altiplano
peruano y boliviano, no hay hogar que se precie que no tenga en su cocina un
batán, que es una piedra donde moler los ingredientes de la llajwa, en quechua,
salsa muy picante preparada en batán, cuyos ingredientes base son el tomate y
el locoto. Se prefiere la preparación en mortero o batan antes que en
licuadora, ya que esta produce espuma y desvirtúa la salsa, que se siente más
picante que otra cosa.
En un viaje a Bolivia,
perdido entre un amasijo de reliquias que no pregunté de dónde habían salido,
encontré un precioso mortero. Es de piedra oscura, suave del uso, con un
pistilo de bronce tallado con una cabeza de animal mítico, un khuru, que los
Jalq’a creen que aparecen cuando una persona está sola o en un lugar remoto. Realmente el lugar era alejado, remoto, pero yo no estuve sola y cada cucharada de sopa de maní aderezada con llajwa me calentaba el cuerpo. El Altiplano Potosino me acercaba al cielo, la altura hacía sentir a mi alrededor un mundo irreal. Imaginaba la mujer que había cocinado esa llajwa, la utilización de ese mortero ancestral, transformando el tomate y el locoto en una mezcla mágica. No era necesario nada mas.
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